Territorio: ¡Oh, callida fornax!

¡Oh, callida fornax!

Lleno de misticismo, el origen de la palabra California continúa entre especulación y duda. Oh, callida fornax es una de las posibilidades, junto con otros antecedentes como Le Chanson de Roland, donde se menciona “Californe”, y las Sergas de Esplandián, que en el año 1500 escriben por primera vez California. Estos relatos describen la Isla California como un lugar cercano al Paraíso Terrenal, gobernado por la Reina Calafia en medio de una abundancia de oro y perlas. Hace poco me encontré con otra interpretación: “Oh, ¡callida fornax!”, traducida del latín como “Oh, ¡qué horno tan caliente!”, que según habría sido exclamada por Hernán Cortes al desembarcar en la península, abrumado por el calor. Aunque la anécdota carece de pruebas sólidas, lo cierto es que el sol no pasa inadvertido para quien recorre este territorio.

Al igual que la cachanilla, Mexicali sobrevive las desafiantes condiciones del desierto y, pese a ello, este lugar se convierte en un hogar para quienes lo habitan o visitan por primera vez. Esta tierra, capturada por el sol, está dividida por un muro de acero, concreto y alambre de púas. Incluso, su toponimia revela la condición geopolítica que la atañe: un territorio definido por el constante flujo de migraciones que atraviesan la frontera y una historia profundamente ligada al Río Colorado, un río que ante su desmedida extracción no deja de discurrir y ser recordado.

La lejanía de Mexicali, su particularidad y aislamiento con respecto al resto del país, han moldeado no solo su geografía, sino también sus formas de hacer arte, de ejercer la curaduría y de organizarse en comunidad. En este contexto han surgido espacios independientes y prácticas curatoriales que responden al entorno desde la colaboración, creando redes vivas de intercambio y complicidad.

Planta Libre, desde sus inicios, ha sido una de esas plataformas. Fundada y dirigida por Minoru Kiyota y con la curaduría de Mayté Miranda, hemos procurado una curaduría localizada que se despliega desde preguntas relevantes para la ciudad, ritmos de trabajo y formatos ajustados a la producción artística local. Para nosotros, la curaduría no es unilateral; es dialógica con aquello que vivimos, entendemos y escuchamos de nuestra red de artistas, curadorxs, colaboradorxs y gestorxs que trabajan en este terreno y han articulado sus propios proyectos y plataformas, como Jessica Sevilla, coordinadora del Archivo Familiar del Río Colorado; Luis Hernández, curador de Artista 1701 Casa la Línea y cofundador de la Mexicali Biennial; la Colección Elías + Fontes; Adrián Pereda, artista y fundador del proyecto curatorial i21, y Carmen Cuenca y Andrea Torreblanca de INSITE, entre muchas más voces. 

Aunque Planta Libre se enfoca en la producción artística de Mexicali, también hemos acompañado las prácticas de artistas en otras ciudades de la región, pues muchas de ellas resuenan con problemáticas compartidas. En la Bienal FEMSA 15, por ejemplo, Miguel Fernández de Castro presentó Los bárbaros, un proyecto que aborda el Gran Desierto de Altar en Sonora desde la pertenencia y las violentas dinámicas de poder que ejerce la frontera sobre ese territorio. Su aproximación, profundamente situada, traza un mapa que dialoga con las búsquedas de varias artistas con quienes, desde mi correspondencia en Baja California, observo líneas afines: trabajar con la tierra de sus ciudades, los fenómenos de la vivienda y los efectos de la privatización y neoliberalización del territorio. 

Tal es el caso de Guadalupe Alonso Vidal, artista visual de Ensenada que investiga la noción de progreso implicada en el trabajo y la construcción. Conjugando elementos estructurales como el cemento, la madera y la varilla con la tierra de Ensenada, sus esculturas toman forma en serpientes y escaleras que suben y bajan como o en ladrillos que inscriben las historias y deseos de quienes trabajan en la obra de construcción. Por otro lado, Roxana Alvarado, también artista ensenadense, aborda el tema de la vivienda de interés social desde la experiencia propia. Hilvanando el tejido de estambre con la malla electrosoldada, su obra recrea escenas del entorno habitacional de la colonia Urbi Villa del Roble donde ella misma creció y observó el entramado de afectos y fenómenos estructurales que construye un hogar de interés social. 

Desde Mexicali, la artista Miranda Varo desdibuja los límites de la tradición pictórica, proponiendo nuevas rutas de representación del contexto. Sus escenas exploran el territorio, la identidad y el género como dimensiones entrelazadas, donde la ironía se convierte en una estrategia para desarmar y reconfigurar las estructuras de poder que operan en este desierto fronterizo. Su práctica se nutre tanto de un posicionamiento político como de un diálogo constante con las juventudes locales, estableciendo una interlocución que rara vez ha encontrado espacio en la pintura de la región. Como escribió Gloria Anzaldúa, “la frontera es una herida abierta“ inscrita en el paisaje, en la violencia, el trauma y la incesante inflexión de la geopolítica sobre los cuerpos. Miranda pinta desde esa herida no sólo para evidenciar una historia impuesta, sino para recalcar puntos de partida desde los cuales la pintura puede articular nuevas formas de mirar y habitar el territorio.

Finalmente, la artista Ingrid Hernández toma a Tijuana como eje de su trabajo, documentando el fenómeno de la vivienda irregular en asentamientos y colonias como Maclovio Rojas, Colonia La Joya 1 y 2, y otras zonas de la ciudad. Después de dos décadas de desarrollar su práctica situada, el trabajo de Ingrid es una evidencia de las relaciones infraestructurales marcadas por la maquila, la frontera y sus efectos sobre el paisaje y las formas de habitar. En su proyecto más reciente, Sedimentaciones, Ingrid contrasta este proceso geológico con las múltiples capas materiales sobrepuestas que edifican los asentamientos. Al establecerse en estos terrenos, esas viviendas no sólo reconfiguran el territorio, sino dan pie a un paisaje inacabado entrañado en una constante transformación.

No se puede trazar un mapa exhaustivo de todas las relaciones y lenguajes que configuran el arte contemporáneo en Baja California, pero es innegable que el territorio funciona como lengua común para muchas de las generaciones de artistas. Un territorio no solo entendido como geografía, sino como un lugar de tensiones: sobre la tierra, el agua, y todo lo que aún podemos llamar lo común.

Para estas artistas —y muchas más— el territorio no es fondo, sino materia. Sus obras interpelan las lógicas extractivas que lo atraviesan y abren preguntas urgentes. Desde Planta Libre queremos seguir sosteniendo estos diálogos y maneras de mirar críticamente el paisaje que habitamos. A casi seis años de haber comenzado este proyecto, reconocemos que su permanencia ha sido fruto de un esfuerzo colectivo. Sin Mexicali, sin Baja California, nada de esto tendría sentido.